Denme piel que soy pura alma

Estas tardes frías de invierno en que conviene no salir de casa, caminaba entre el tráfico de gente y automóviles, que hasta en los días grises genera esta ciudad. Hacía tres meses que sólo me preocupaba mi desempleo, a causa de esa situación mi vida había cambiado, era en ese entonces en un ser sombrío, bastante hastiado de la vida, teniendo que enfrentar la jactancia de los empleadores inclusive del más bajo subalterno. Ese día no era la excepción, mi dignidad había sido ultrajada, mi ánimo por el suelo era pisoteado y pateado por la turba de transeúntes con los que me cruzaba. Sin tener una ruta fija caminaba por San Juan de Letrán, sin corazón que latiera en mi cuerpo se movía por la calle, sin ojos para mirar rostros o cuerpos, veía pasar innumerables personas, sin embargo, de pronto mi cuerpo fue acariciado por una corriente de aire frío que provenía del interior de una iglesia. Tal vez después de mucho tiempo no experimentaba alguna sensación, por lo que casi instintivamente atravesé la oscuridad para entrar al interior del edificio, que expedía no solo frío sino un olor a humedad bastante penetrante. No soy creyente, no obstante tome asiento arrinconada del lugar más oscuro del templo pese a estar completamente solo. Nunca había sentido tal sensación, desconsoladamente por unos minutos comencé a sollozar como un niño extraviado. Hasta que una tibia mano buscaba mi adormecido sexo mientras unos labios igualmente tibios tocaban mis labios salados por las lagrimas vertidas, como si volviera a correr la sangre por mi cuerpo correspondí a las caricias con un frenesí de maniático y de pronto ahí estábamos los dos sublimando a dios que mandó a nuestro padre Adán en el Génesis “Multiplicad he henchid la tierra” la pasión desbordada, la banca y mi misteriosa amante gimiendo tímidamente yo volviendo a la vida. Las caricias, los besos, el sudor que chirriaba con el frío lugar pasaban como una película en cámara lenta, los segundos eran minutos y los minutos horas, no supe cuando vino y se fue. Al otro día una cristiana patada del cura me despertó todavía con el pantalón en los tobillos y la camisa como almohada, apresuradamente me dispuse a vestirme todavía en el interior del santuario del mismo tiempo un exaltado grito me recordó la circunstancia vivida. - ¡milagro, milagro! ¡Oh hermanos vengan pronto nuestra madre la virgen esta sangrando! A la censura, los tabúes, al amor y la virginidad.

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